ANA MARIA MANCEDA

 

 

 

EN LA NIEVE.

 

 

 

 

La noche está allí, detrás de las ventanas.

La nieve se refleja posada en las hierbas

y cuelgan las estrellas de las ramas heladas de los árboles.

Con solo estirar mi brazo, aún a través del límite de los vidrios

podría tomarlas para adornar mis ojos.

Si la valentía me sorprendiera abriría la puerta

y recostada en la hierba nevada tomaría un baño de luz

sonriendo a la noche con mis ojos adornados  de estrellas

que cuelgan de las ramas heladas de los árboles.

Pero sigo mirando detrás de las ventanas.

Mi aliento, llanto de recuerdos empaña los vidrios.

Me rebelo.

Rotos los vidrios estallan en la nieve,

yo también, rota, estallada,

yo también en la nieve, me rebelo.

 

 

(En antología “ Navegantes en la Patagonia, Nyc y Vyq” Editorial Tribu Salvaje. Neuquén.2011)

 

    (C) ANA MARÍA MANCEDA

 

 

 

 

LA ABUELA ROSARIO

 

 

 

Crecí junto a ella, la abuela Rosario.

La vida nos trajo hacia tierras húmedas

rociadas, mojadas por gotas de plata.

Quedaron tan lejos los cañaverales

las zambas, los ritos, pequeños lagartos.

Quedaron las tumbas, fantasmales gritos

de guerras patrióticas, de indígenas sabios.

Quedaban...quedaban...todas las raíces

el trópico, la selva, los cerros

perfumes lejanos.

 

¿Qué trajo con ella la abuela Rosario?

Más que palabras evoco sus silencios

trágicos silencios, silencios de ausencias

y su mirada, tierra oscura de musgos,

doliente, sorprendida de ver horizontes.

Su olor a naranjos y su caramelo de menta

y el cigarrillo de chala que fumaba por semana.

Sus velas, sus santos, su fe inquebrantable.

 

En la gran cocina de la casa platense

ella esculpía, pintaba con sus manos mágicas

el aroma lujurioso, el sabor profundo, misterioso

de las antiguas, exquisitas comidas del Noroeste;

tamales, tortillas, locros, empanadas

ají molido, cebolla de verdeo, ternura

y una niña quieta que heredó nostalgias

mirando asombrada, como se amasaba

con las manos mágicas, repletas de historia

un destino errante.

Imágenes, largos cabellos canosos, peinetones

Imágenes, arrugas morenas y el tiempo

abuela Rosario.

Está por nevar y no entiendo

al viento, a tu ausencia, ni a iconos olvidados

 de la infancia.

 

                                               (C) ANA MARÍA MANCEDA

 

 

 

¿COMPLICIDAD?

 

 

Fue un año duro

Viajé desde la nieve a la infancia.

Muy fatigada

¡Tantos otoños dorados me pasaron!

Y tú estabas ahí

en una casa que nunca habité

como si al mudarte me arrancaras

para siempre de tu vida.

Tu mirada era dura,

te estabas muriendo

y tu mirada era dura

¿Cuál  era el reproche?

No pensabas que viajaba

cientos de kilómetro atravesando

soledades

soledades y abismos.

Llegó el invierno, no nos despedimos.

Todo quedó paralizado

Regreso

vacía, huérfana, estéril.

Me refugio en mi hogar de la nieve

Planea la primavera

se atrasó la floración en el jardín

y la ladera de los montes.

¿Complicidad?

Debe existir algo mágico

llegas tú, joven eternidad

la naturaleza estalla

en mi jardín casa de nieve y

en las laderas de los montes.

Todo está florecido

 

                                              (C) ANA MARÍA MANCEDA

 

 

 

 

 

 

 

QUEDÓ INVISIBLE EN EL AIRE.     

 

 

 

 

Eran los gorriones, los tilos y los azahares de los naranjos

pisoteados en las veredas. Aljibe de olores.

Y tu juventud, y la mía y la de nosotros.

Era el brillo del crepúsculo de la luna llena, explosiva

instigando a las hormonas, provocando a las arenas de la playa

 a reflejar su luz ya reflejada,

 y se burlaban los cabellos brillando más,

 y los dientes nacarados, impúdicos,

se mostraban descarados con las risas,

cuando el agua leona del río era un ancho desierto plateado.

Eran los asados en los elásticos de las camas turcas, los brindis,

y nosotros saltando en el aire con nuestras ilusiones

acariciando el cerebro.

Nuestras miradas titilando por un poco de humo en los ojos,

un compañero había llegado al principio del camino,

tenía un haz de arco iris en sus manos.

Era tu juventud, y la mía y la de nosotros,

chorros de vientos ocupando cada intersticio de la vida,

de esa ciudad, de esa época, de esa generación.

La sombra del hombre quebró la luz, no pudo quebrar

esas hebras de tiempo.

Aún, entre las tinieblas de los años, diviso el pasado.

Es la vida, la vida suspendida en el cosmos,

la piel de mis dedos quieren acariciarla, no puedo

sí mis otros sentidos, que deshilachan, navegan el tiempo.

Así,  quedó transparente, invisible en el aire,

tu juventud,  la mía y la de nosotros,

cuando el  agua leona del río era un ancho desierto plateado.

 

 

(En Antologías y “ Diario de los poetas” Marzo 2010)

 

                    

                                              (C) ANA MARÍA MANCEDA

     

 

 

 

       

                           

 

 

 

 

 

 

SOY TRANSPARENTE. 

 

 

 

Soy transparente

no porque sea bella

etérea, luminiscente,

soy transparente

porque soy mamá

de un hijo adolescente.

 

El vaga por la casa

repartiendo de forma dadivosa

calzones, medias, zapatillas.

soberbia juventud sonámbula

no me ve, no me oye

pasa a mi lado

de figura de fantasma

dejándome la estela

del perfume a esperanza.

y se prende, mi amor

en ese aroma.

 

 Yo sé

que estoy sembrando semillas

que germinarán

cuando él sea padre,

mientras tanto

desde mi transparencia

armo todo los días

este hogar de plantas

perros y gatos.

 

Soy transparente

tengo un hijo adolescente

pero sé

que en la historia de mi vida

esto es solo un rato.

 

 

MENCIÓN DE HONOR Y ANTOLOGADO PARA “JUNIN PAÍS” 2003.B. AIRES,ARGENTINA.

 

    (C) ANA MARÍA MANCEDA

                        

 

                        

*ABANICOS DEL OLVIDO*

 

   Noche y las sombras de las hojas de los árboles

   nocturnos. Abanicos fantasmas refrescando amores

   en  las puertas de los zaguanes.

                                           El aire del trópico, la música caribeña  de la

   radio se expande en los recuerdos. Día, feria,

   olores de verduras y frutas. La humedad y el calor se         

                                           adhieren a la eterna piel de la juventud que iluminará                                                                                                           todas las primavera por venir. Risas. Puerto y tango.                      

   Melancolía. Sonido vibrante. Amores, locos amores.                                                               

   Crepúsculo ¿Ocaso?  Qué importa!

 La noche me espera con las sombras de las hojas

   de los árboles nocturnos. Fantasmas. Hay un zaguán

   largo, muy largo, se oyen suspiros y un suave aliento. 

  Y cientos de abanicos deslumbrados, olvidando amores.                                                        

 

        

                            (C) ANA MARÍA MANCEDA

                          



ANA MARÍA MANCEDA



 Nacío en Tucumán, radicada actualmente en San Martín de los Andes en la Patagonia Argentina. Docente secundaria e investigadora, desarrolla una activa colaboración en numerosas revistas literarias tanto virtuales como impresas, nacionales e internacionales

Publicó en numerosas ediciones colectivas  e individuales  entre los que se destacan “Voces en mi Alma” (2009) “La Noche de la Flor del Cactus”(novela 2011)-“Derrumbe y otros cuentos” (2008), “Cinco Sentidos” (2010), “El Color de las Palabras”