HUMBERTO GARZA

(Montemorelos, Nuevo León, 1948)

 

LOS MÚSICOS

¿De qué tierra vinieron estos músicos tristes,
con voces incisivas y ojos de lunas frías?
Su música tortura corazones felices
y hace llorar imágenes de mármol y de arcilla.

¿Qué nefario artesano les dio esos instrumentos
henchidos de quejidos e inmensas agonías?
Al oírlos, recuerdo las cosas que están lejos
y solitarias noches en cabañas vacías.

Todas las tardes llegan a esta posada lúgubre,
sus lenguas, cual flamas de inquietos candelabros;
hablan con el sigilo de una monja que encubre
de un amor juvenil los pasados milagros.

¿De dónde sacan ellos el sentimiento amargo
que impregnan en sus voces al emitir sus cantos?
¿Es que sienten más hondo, más profundo y más claro,
o es que tienen un timbre más perfecto y exacto?

Su música pausada gotea en la penumbra
y ataja los destellos en todas las miradas.
El daño de otro tiempo todo el espacio inunda
y en un rincón del mundo ¡Lloran todas las almas!



 

EVOCACIÓN

 

Nos amaremos más cuando la hierba crezca

y envuelva los caballos que asustaban al aire,

y envuelva aquellos potros que iban cual cometas,

convulsionadamente, en un macabro baile.

 

Le robaré tus besos a meteoros de Australia

y a electrónicas lluvias que bañan pastizales,

y gritaré, radiante; que la suerte no es mala

porque la suerte tiene para andar  muchas calles.

 

Buscaré tu figura en los ríos del tiempo

¡mitológico aspecto de excéntrico donaire!

Buscaré tu figura para llevarla lejos

a mirar los canguros a la tierra de nadie.

 

¡Persistente locura! En los días aciagos

cobra vida el fantasma disuelto en la memoria,

y empieza a galopar como hacen los caballos

después de haber pastado en los campos de euforia.

 

¿Llegan a tus oídos las palabras de mi alma?

¿Llegan a ti las voces de viejos caminantes?

No me respondas hoy, respóndeme mañana,

cuando esté más tranquila tu celestial imagen.

 

Ayer, al recordarte, sangró la vieja herida.

En esta gran planicie ¡No te deseo menos!

Pienso: ¿Estará soñando como estaba Cristina,

sentada en la llanura, mirando siempre lejos?

 

Amazona vehemente cabalgando en el río

donde purpúreas alas de cardenal se baten;

libera la serpiente que muere en el delirio,

hazla volver de nuevo al trópico de antes.

 

Te sigo imaginando en la cara del agua

proyectando a la vida ambarinos colores.

Te sigo imaginando, conflictiva adversaria,

dentro del receptivo cóctel de medianoche.

 

EL ÁRBOL

Se está vaciando el árbol por la herida más grande,
por esa herida vieja que ya no cicatriza.
Los caracoles suben como vendajes largos
por la dura corteza, a salvarle la vida.

Se está quedando solo en la llanura verde,
allá en el desamparo de oscuros mediodías.
Un tesoro de ritmos le llega desde lejos
y un aroma impreciso le cae desde arriba.

En medio del silencio que satura a la tarde,
burla sufre y desprecio de extrañas comitivas;
al querer explicar sus agudos misterios
las palabras del árbol se manifiestan frías.

De caridades vive, pero tal vez lo ignora,
poco a poco la sombra deja de ser su amiga;
su languidez proyecta sobre la fresca hierba
una ilusión que a todos causa piedad y risa.

Sopla para los otros abanico del aire,
este árbol perdió su piel de melodías;
la falda de la noche ocultará su viaje,
estas últimas horas que vive... son las mías.

 

POEMILLAS

Esta noche no duermas.
Grupos de niños y mujeres 
vuelan por encima de las calles. 

Es muy extraño todo…
yo no puedo explicarte.
Algunos me dijeron
que se ha enfermado el aire.

Esta noche no duermas,
no salgas como antes;
defiende bien tu nombre.
Hasta oír aleteos
de querubines y ángeles.

II

Un sol cansado
veía desde el oriente
mujeres sin arreglo.
El amor había muerto
entre sus pechos.

Mi vida se iba con el tiempo.
El último minuto, 
tercamente
volvía sus ojos
como un duende rebelde. 

Yo seguía adormecido
sobre un óleo joven,
observando un fantasma
terriblemente enorme.


 

REGRESO 

Ramas altas del día, donde cantan los pájaros
canciones que lastiman dolientes corazones,
mis poemas se mueren en los brazos del sábado
cuando el aire dormita en la piel de las flores. 

Yo no quiero volver una noche de luna
y encontrar mis calandrias y mis pobres gorriones
ateridos de frío en la palabra: “Nunca”,
recordando la magia de la palabra: “Entonces”. 

No quiero resbalar en ranuras del tiempo
y perderme en los ecos oscuros de la vida, 
quiero habitar el rostro del formidable espejo
que el porvenir presenta en las puertas del día. 

Quiero llevar fanfarrias a míticos edenes
que muestran espejismos y rayos de esperanza,
y estar bajo del árbol que vive para siempre
vedado por el filo de flamígera espada. 

Y cuando las alondras de los bosques festivos
lleguen a los contornos de mis prados mejores;
declamar solamente para viejos amigos
lo escrito alguna vez... no sé cuándo ni dónde.

 

AÑO NUEVO

Tal vez tú me recuerdes en los poemas largos
que abrieron apariencias en tus sabidurías.
Tal vez experimentes el temblor de otras manos
que se agitan con ritmo diferente a las mías.

En otros Años Nuevos, cubrirán tus miradas
rosados horizontes de nubes en reposo.
Y vibrará tu cuerpo, y vibrará tu cara;
lejos de mis gemidos y mis suspiros hondos.

En la tenue llovizna que separa a diciembre
alguien dirá algún nombre con relación al tuyo,
y buscarás la voz que repetidamente
decía, tiritando; que te quería mucho.

La misma lluvia lenta, devorándolo todo:
la distancia, los sueños y el entusiasmo adicto;
devorará implacable mis besos temblorosos
y los ecos lejanos de mi último grito.


 

EL NIÑO MUERTO

El niño amaneció muerto, sentado en el columpio.
El aire lo mecía, dándole un ritmo justo.
Ayer gustaba mucho en este territorio,
ahora, es difunto. 

La escarchada mañana
se despertó con gritos 
que hacían poros en el cielo,
con ruido de altavoces
y rugidores vientos.

Fui a caminar al mar, para olvidar al niño;
los gansos pasaron 
en ordenado vuelo,
trayendo a mi memoria
otros niños ya muertos.

Cuando abrieron los bares,
actores y cantantes habían vuelto;
-enviados por los Hombres del Oeste-
todos entonaban la canción 
que me asustó a principios del milenio.

Nadie comprendía mis palabras
cuando alzaba mi copa
brindando por el alma
del niño muerto.

 

 

 

 

 

 

Humberto Garza (Montemorelos, Nuevo León, 1948). Reside en Houston, Texas, Estados Unidos, desde temprana edad. Es editor de www.los-poetas.com, una importante página que se publica a través de internet, donde aparecen parte apreciable de los poetas más destacados del idioma. Ha sido incluido en diversas antologías. Sus trabajos han sido difundidos en importantes publicaciones literarias y radiales, y leídos por destacados declamadores. Parte de su obra está contenida en la edición de su primer libro «Un tiempo escondido», publicado en el año 2003. Su poesía refleja la influencia que en él han ejercido renombrados autores mexicanos, españoles y norteamericanos, como Acuña, García Lorca y Poe, entre otros. También algunos de sus textos han sido musicalizados.