Capitularia   (De: Jinetes nocturnos. 1974/75)

 

Todo suceda de un modo que acorrale mi intelecto

en una región de ciegas luces invertidas

donde un hálito letal sople, circule y someta

lo desatado que llevo y galopa sollozando.

 

Lo cruento sobre el aire de la atmósfera de besos

que allí se determine y al aire se reduzca,

vencido su elemento de fragor lácteo y terrestre

por un eclipse súbito de patas y metales,

y al labio que agoniza herido en su costumbre

la extremaunción del beso y el aliento no socorran,

y no sean acudidas por un agua de desorden

las dulces manos cóncavas de sed enardecida.

 

Yo sufro de un sistema circular e intransgredible,

de una paloma marchita apenas volando,

de un día innumerable dividido en ceremonias

que arrastra como un río mis sobrevivencias

hacia el nocturno ascensor que en mis párpados espera:

allí vive lo ajeno, lo más mío que amo.

 

Allí comienza el pasto que acometo inútilmente

con manos detenidas y sed en suspenso:

se muere también el alma en zonas extranjeras.

 

Suceda todo sin tiempo ni nada que lo habite,

de una manera confusa que mi razón apague,

lo desatado que llevo allí su ira deponga,

y ya no escuchen mis labios el temblor de lo que crece,

y ya mi sed se resuelva en los frutos de la muerte.

 

 

De la noche   (De: Aguas tumultuosas. 1976) 

 

De la noche hasta mi corazón llegan náufragos difuntos,

viajeros que vi partir desde mis horas vacías

y cuyo rumbo guiaron sucesos conmovedores.

 

Regresan mustios y heridos, llorando de otoño espeso,

escrita en sangre y derrota la bitácora marchita,

humillados de cansancio y fatídicas desventuras.

 

No me llaméis vuestro padre ni vuestra antigua morada,

aquél que rezo y bendijo vuestra partida está enfermo,

no pidáis paternidad para el luto a mi bandera.

 

Yo sé que de noche existo como un puerto de naufragios

que el soplo de las tormentas abastece de despojos

y sólo desamparados viajes regresan pidiendo amparo.

 

Remece mi corazón el llanto de los que vuelve,

avergonzados viajeros piden perdón a mi puerta,

días que vi morir se levantan desde el tiempo.

 

Noche de estrellas azules cayendo contra el mundo,

nada conjura el acoso de su color homicida,

besa mi boca el verdugo embajador de su origen.

 

Acaso la vi partir y mis viajes la buscaron;

la vi zarpar y mis naves se hicieron hacia su ruta;

la vi fallecer en mí, y en mí quise encontrarla.

 

Acaso tal vez mis náufragos hallaron su sepultura

navegando en mi interior que en la noche reencuentro.

Acaso tal vez yo soy el único que no ha vuelto.

 

 

No te sea dado   (De: Alianza. 1977)

 

No te sea dado el movimiento

de los piélagos en fuga,

del aire inasible no extraiga

tu sed de vivir su sustento,

no salga a estallar de la tierra

la harina sagrada de la agronomía

para tu infiel ansiedad de transcurso.

 

No volverás a saber que murieron

de oprobio y rencor y de angustia,

que ya no podrán regresar a enseñarte

la invisible cerradura de los apotegmas.

 

Fueron en ti la amenaza y la dulce ternura,

la lluvia terrible y la flor en su clímax.

Ahora no quieras tu espada sangrienta

ni siglos de amor ejercidos.

Tus días de decisión se han despeñado.

 

A lo largo del lecho de muerte

se congregan las enfermedades.

No podrãs escoger tu suplicio,

no pidas caer en un súbito sueño.

Tu vida pertenece a otro destino.

 

Hermano, desde el atalaya de la luz

donde por vez primera fuiste hablado,

por última vez te hablarás tú mismo

antes de huir definitivamente.

 

Entre la vida y la muerte,

entre el amor de vivir y muriendo,

un beso de eléctricos labios podría,

un temblor de vidas férreamente,

rotundas, perpetuándose en el roce.

 

 

Fémina y sino   (De: Abasalena. 1993/94)

 

Su nombre pétalos rotos

que ni la voz ni la tinta.

Del tiempo, como mis días,

y también sus pasos,

como si luz ofuscada

o sobresaltados sueños.

 

Ella el amor sus racimos

lo torrencial desgranado,

caótica incandescencia

como si cruel orfandad, o islas,

unísono el grito al noches dormidas,

vástago de cómo lo solo y lo llanto.

 

Calles pálido cortejo,

desgarradora asunción muertos metales,

y cada a lo largo y ceniza,

y a las horas de una y viniendo.

 

De allí ella abasalena:

sobresaltados sueños

toda dimensión paralela asomados,

y sin vestigio crónico de uso

o malheridas ropas que testimonio,

sino que direcciones piélagos,

ubicua y ácrona y dormida.

 

Ella pues fémina y sino,

fruto tal vez eslabón amargo

en la implacable noche ejercida,

o exabrupto súbito deseo ciego

cuyo luego errante insubsistencia.

 

A mí entonces abasalena

cuando calles estepa y ceniza,

y prorrupciones lo nuestro de siglos,

y descenso al nada y elixir

donde adormideras nirvana y beleño.

 

Después su nombre exhaustos fonemas,

y su voz como cayendo al sueño,

y su cuerpo lentas defunciones,

hasta que pálido eco roído,

hasta que fugitivas sombras.

 

Ahora otra vez de allí aromas

y vorágine y sed y trama.

Fémina efímeras huellas,

subrepticia impronta, empero,

de modo que lira en trance,

ensimismado aeda hurgando.

Pero su nombre navíos en la niebla.

 

                                  

Cólera de amar   (De: Cólera de amar. 1977)

 

Cólera de amar,

apodera mi instrumento creativo

uniendo o disgregando,

creando o destruyendo,

en la ansiedad de la muerte

gestiona con iras extremas,

porque no muera ni aún sucumbiendo

la totalidad de las fuerzas

ocultas que guardo.

 

Entonces hostiles substancias

no yazgan sufriendo

opresión ni ignominia,

no sean la noche en acecho

ni sueños infaustos

creciendo del agua.

 

Por tu relámpago no desatado

la eternidad de otro hijo del hombre,

el tiempo sujeto a su ser poderoso

que siga existiendo sin fin

más allá de los padres difuntos.

 

Ahora ya puedes morir

o seguir existiendo,

ya puedes la luz extinguida

o desarrollar tus costumbres originales,

continuar tu destino en mudanzas terrestres.

Pero ya no podrás regresar a la tierra.

 

                                  

Conjuración    (De: El Transeúnte de Barcelona. 1997)

 

Aniquilamientos y desórdenes

en la acerba conjuración

de secretas fuerzas urdiendo

su enemiga estrategia nocturna

en el tránsito invisible

de señales y comunicaciones.

 

El cielo gris precipitado

de golpe con su volumen cereal,

los volátiles caliginosos

cerniendo su sombrío maleficio,

las cartas interferidas

por implacables agentes del orden

y vertidas a inquietante desnudez…

 

De noche los embozados jinetes

con sus sombríos corceles golpeando

a todo galope los frágiles sueños,

quebrantando su cáscara vegetal

desde el sótano agredido.

 

Un pueblo de pálida presencia

mis criaturas enarbolando

sus resistencias de humeante conjuro,

y en los cruces vitales un ojo

mío con sus números abiertos.

 

De aurora o crepúsculo el código

de simulacros y desorientaciones

cubriendo en su fatigosa nervadura

intersticios, celosías y accesos,

solidario su leal dispositivo

de diurnos ángeles imperceptibles.

 

Pero la noche enemiga cerrada

como una cúpula de atroz membrana,

y en su telaraña el forcejeo

de inocentes seres caídos

a un pozo de letales aguas.

 

Y desde el sótano los gritos

de infiltrados agentes del orden

interfiriendo alianzas y conexiones,

conmocionando la cavidad del sueño.

 

           

Heliotropos    (De: Máscaras y Rostros. 1996)

 

Cualquiera que a la adolescencia

de los heliotropos,

cualquiera que su aprendizaje

de agrario habitante

atento al rocío,

versátil en sus tendencias…

 

De alguna manera,

de alguna manera instinto,

mucho de congénito,

de intrínseco y atávico

en su lúdica danza,

su lenta danza en arrobo.

 

Pero la larga espera,

la larga vela de armas

en el salón agreste,

su inmóvil desconcierto

hasta los arreboles…

 

Como si las direcciones,

como si el cardinal

movimiento terrestre

lento en su discipulado,

penosamente adquiriendo.

 

Entonces cualquiera

que a los heliotropos

en su adolescencia,

a su duro aprendizaje

desnudos en los campos…

 

En fin, también los geranios,

la rubicunda amapola

y el divertido homo erectus

azar y peripecia,

estoico discipulado.

 

                       

Acaso la poesía  (De: Cítara. 1999)

 

Acaso la poesía

aquellas habitaciones

donde el dolido infante

su exilio de cada día.

 

Aquellos cuartos lóbregos

donde un hálito indeleble

de exorcismos y zahumerios,

de agonías y decesos,

de ilícitos amores

estrellando los cuerpos

furtivos en el fuego…

 

Acaso la poesía

el llanto en el desván

bajo el latir de la lluvia,

rodeado de soledad

en el silencio impuro

de huéspedes detenidos

en prendas y mobiliario,

en utensilios lánguidos,

en pálidos daguerrotipos.

 

O las noches de emisarios

cabalgando por distancias

de nunca acabar, de nunca

desnudar su identidad

y transmitir su relevo.

 

Acaso la poesía                                                                                                                        

el primer amor carnal

rompiendo los cerrojos,

violentando los sellos

de una pulcra intimidad,

de una secreta trascámara

llena de una música azul,

inaccesible a los besos.

 

Acaso la poesía

la tenaz persecusión

de todos tus fantasmas,

de tus huéspedes furtivos

presos en tu intimidad,

gritando en su cautiverio.

 

 

Alta tarde   (De: Nocturnal. 2000)

 

Hoy las seis de la obscuridad

del señor otoño,

hoy las tardecida y tantas

de su rodaje humedad,

y nadie sonoridad,

nadie entreabiertos ojos

o lentas guitarras.

 

Hoy las innúmeras y altas,

hoy las ya irreconocibles

del tráfico astral,

lentas, lentas sus pisadas,

y perdiéndose en la urdimbre

de la niebla abismal.

 

Las seis de la desbandada,

las tardías del corazón:

señor otoño, piedad

en las tantas que otredad

pasando por el reloj

de horas malhadadas.

 

Las póstumas, las desnudas,

las temblorosas de frío

en la intemperie astral:

hoy lentas, hoy inconclusas,

hoy suma de los destinos

en el sino monacal.

 

Hoy las dieciocho crecientes,

hoy las totales menguantes,

hoy telaraña humedad:

 

Señor otoño, piedad,

a las tantas de la tarde,

a las nunca de la muerte…

 

A lo obscuro de lo viviente,

a lo trágico de la suerte,

a lo eterno de la humedad.

 

 

Mañana de agosto   (de: Atribularia. 2000)

 

El día abierto de par en par,

arrojando su luminosidad

de novia intacta centelleante,

de doncella cada día en flor,

cada día iluminándome

de luz cada día consumida

y cada día reintegrada.

 

Astro de rutilantes diademas

beligerando en la conflagración

de gases genéticos desgarrados,

 

miles de edades tu hoguera cósmica

lamería el girante planeta,

miles de edades tu ojo incendiario

escrudriñaría mi existencia

sin tocarme, oh, sin acercarse

a mi volumen óntico errante

por su dimensión peripatética

de númenes inescrutables.

 

Miles de edades tu clarividencia

hurgaría en mis íntimos distritos

sin encontrarme, sin reducir mi ser

a medida cuántica recuperable.

 

Y miles de edades me inclinaría

yo mismo hacia mi mar interior,

sin hallar al náufrago errante

haciendo inútiles señales

desde su inaccesible otredad.

 

Clara mañana de agosto

abierta de par en par sobre cosas y existencias,

cada día tu extensión de luz

sobre mi extensión terrestre derramada,

cada día tu ígnita persecusión,

y cada día mi ser extraviado.

 

 

 

Pozo   (De: Ebriedad. 2002)

 

Días de denodado silencio,

días de mudez perpetua

sumergido en un obscuro pozo

de aguas inmisericordes,

rodeado de muertas campanas.

 

Alguien con una mano anónima

inclinado sobre el pretil,

alguien con mis propios rasgos

desdibujados alejándose,

difuminando su parentesco

en la desfalleciente memoria.

 

Manes míos de una estirpe

insoportablemente repetida,

manes láricos congregados

en el redondel de piedra patria,

hoscos de ira persecutoria,

 

quien en la mudez de la palabra

su mano de áfono náufrago

sobresaliendo en el torbellino,

aquél que por un largo túnel

con su congregación de hermanos

sepultos en su voto de silencio,

 

ése no ser reconocido,

ése ser por todos olvidado,

ése desaparecer del habla,

y reunir en su torno las voces

de camaradas febriles callando,

de cofrades deshojándose en luto,

de sonámbulos regresando a casa.

 

 (c) ULISES VARSOVIA

 

 

 

 

 

 

 

 

ULISES VARSOVIA

Nací el 2 de julio de 1949 en Valparaíso, cuyo mar y sus tempestades marcaron definitivamente mi persona y mi poesía.

Estudié varias asignaturas humanísticas, y trabajé en tres universidades, tanto en historia como en historia del arte, al mismo tiempo que escribía poesía. En 1985 salí a doctorarme a Alemania, y como mi mujer es suiza, pude trabajar y quedar-me en San Gall, ciudad en cuya universidad hago un par de lecciones.

He publicado 28 títulos de poesía, cinco de ellos en Chile, y tres dedicados a Valparaíso, el último: Hermanía: La Hermandad de la Orilla, en Apostrophes de Santiago (www.apos.cl). El libro más antiguo que he publicado es Jinetes Nocturnos, de 1974, pero tengo otros inéditos más antiguos. En 1972 publiqué un cuadernillo, Sueños de Amor, que circuló sólo entre amigos.

Me han publicado más de 70 revistas de literatura de todo el mundo, en varios idiomas, y repetidas veces, y estoy en numerosas páginas web.

En agosto del pasado año salió a la luz en Sevilla, España, mi libro de poemas Anunciación. Ángeles y Espadas, publicado por la Asociación Cultural Myr-tos. Esta misma entidad acaba de publicar mi Antología Esencial y Otros Poe- mas (1974-2005), que incluye dos poemas de cada poemario publicado, es decir, 52 poemas "esenciales", y tres poemas de 12 libros inéditos, lo que hace un total de 88 poemas. Lo último mío aparecido es Vientos de Letras, también antológi-co, en colaboración con el poeta andaluz Alexis R. , editado por Myrtos.

De los 28 poemarios publicados, sobresalen Jinetes Nocturnos, de 1974/75 ,Tus Náufragos, Chile, de 1993, Capitanía del Viento , de 1994 , El Transeúnte de Barcelona , de 1997, Madre Oceánica, Valparaíso, de 1999 , Mega-lítica, de 2000,  Ebriedad , de 2003, y la Antología Esencial.

http://ulisesvarsovia.tripod.com            www.ulisesvarsovia.ch