I
 

Desde la longevidad de tus besos

                              todavía llega
la luz de una estrella moribunda.
 
Rozo con los labios
                             cósmicas semillas
y una bóveda de centeno me alumbra.
 
Mientras      un viento distante
multiplica los encuentros.
 
                 II
 
 

En la oquedad

otro mar de azogue
 
                  incansable
                  me arrastra.
 
Tengo arena pasada en los ojos.
Olas baten el corazón.
 
              III
 
 

Días sin sonido o sonido estremecedor del fondo.

 
                                     Emergen huérfanas caracolas
                                     cuando ausente,
                                     en las escamas del agua,
                                     deambulo a orillas de un río distante.
 
Me cruzo hombres sin rostro.Parecen mirar.
Sólo veo cuadros de Magritte,
y viejos embarcaderos fermentar
 
                                               bajo un silencio amarillo.
 
                                               En los ojos-redes
                                               la desaparición de la luz
                                               deja pequeños cadáveres.
 
Busco olvidar. Clandestina en el extremo de ti,
 
                                                                          naufrago.
 
                            IV   
 
 

De refilón ojos extraños

pasan por encima de él.
La indiferencia nos borra,
volviéndonos casi inexistentes.
 
Sólo perros vagabundos,
perros de pelo sucio,
husmean su presencia,
y a veces lamen lo poco
que queda de su identidad,
como un charquito de leche.
 
(Este poema está dedicado a las personas vagabundas, que viven en la calle)
 
                         V
 
 

La vida derritiéndose

como un muñeco de nieve,
mientras en la faz helada de la tierra,
tumbada y solitaria,
                             una rama de muérdago.
 
Contempla cómo duermen los campos,
sin nostalgia ni aferramiento.
 
Tan sólo un sueño cubierto de escarcha.
 
 

 

  I      
 
Qué bofetada
sentir que de un día para otro
todo se desvanece
y sólo nos queda la palabra
en su fortaleza de papel.
 
       II
 
La luna con su pubis frondoso
y su cara de galleta
esgrime en un mar petróleo
su sonrisa evanescente.
 
Me siento en el borde
nebuloso de sus mejillas.
 
Aguardo.
 
Busco un intérprete
para comprenderme
y salir de este ombligo sin orilla.
 
          III
 
Soy experta
en alicatar mi soledad,
no te preocupes.
 
Sé crecer en el silencio,
casi imperceptible,
como una hiedra.
 
 
          IV
 
La muerte,
que muerde los talones,
nunca dejó de extender
sobre mis pasos
sus sombras,
agitándolas como maracas.
 
Sólo me permitió
jugar al escondite con ella,
camuflándola
entre remiendos y costuras.
 
¿Pero cuántos zurcidos,
tal vez inútiles,
para esta soledad de grafito?
 
           V
 
Tardes de azafrán.
Los locos salen a beber con pajita
los últimos rayos de luz.
 
            VI
 
En este preciso momento
sé que alguien
tiene tortícolis
y está del revés
espiando fugaces cigüeñas.
 
Alguien tiñe las horas
                       verde ciprés
y sobre un horizonte
de pérdidas
                      y presagios
masca pétalos como tabaco.
 
 
¿Pero qué pájaros golpean la puerta,
trayendo espesura y niebla?                                                    
 
 

(c) Lola Lugo

 

 

 

 

Lola Lugo nació en Orihuela (España) en 1962. En el mismo pueblo en el que una vez naciera Miguel Hernandez. .

Pasó parte de su vida en París, donde surgió su gran amor por la literatura y la cultura universal.

En la Universidad de Sevilla se doctora en Filosofía y es su actual proyecto laboral

Estos poemas son inéditos y parte del material que tiene en elaboración para un próximo libro

lugo.lola8@gmail.com