Bradbury escucha al último marciano
 

Sobre nuestras lunas
las danzas del verano
aguardaron el último giro
hasta paralizarse
 

Los viejos presintieron :
 

Sabemos qué pasa
cuando el mundo se detiene
el alfanje lo atraviesa y nadie lo nota
excepto la mano
la empuñadura no quiere soltar
la ambigua
misma propia mano :
empuñadura

 

Terminado el silencio
surgió nuestra risa
al escucharlo en boca de otros
 

Aquel día nos invadió
cada guerrero : cicatriz
la pose
quien espera
acechante entre las horas
amparado por el ruido

creció el viento
frío de agua salada libre de gravedad
y la trama cruel del mundo
adhirió al alfanje para siempre
 

Aquel anochecer
estirpe de solitarios
luchó
por concebir un lugar
estrechar otras manos
corazón que no se hundiera
 

pudimos ver
los errores
tan marca como aciertos
una dentro de otra
voz afinada contra el aire
haciéndose afuera
sin llamarlo
trayendo el afuera
contagiado de sonido
 

Empujamos
para descubrirnos extremos del resorte
ambas espuelas del mundo escondían
 

desgarrándose
la huella hirió el suelo con sus ritmos
Y los vimos :

otros mundos al abordaje del universo
odisea necesitada de triunfos
de las estrellas más oscuras
saltaban de la nada y tomaban posiciones
 

algunos tenían nuestras caras
pero nosotros
ya comenzábamos
a desaparecer

De «A cuenta del duelo»

 


Cazarrecompensas
 

Ellos creen que andamos
todos
por el mismo camino


pisando piedras distintas
conceden
pero el mismo camino al fin
 

Ellos no dan paso pleno
 

desorientados frente al huracán
se suben a la letra
le ajustan alas
y su palabra no llega lejos
 

vuela y vuela
viaja siglos y llanuras y mares
no llega lejos
 

se suben a la letra
y tropiezan con tesoros que no toman

Ellos no saben que nuestro viaje es otro
 

Así
en vísperas del eclipse
harán un nuevo intento
borrarán esa huella que creen nuestra
borrarán la suela que ellos mismos nos endilgan
hamacándose creerán adelantarse
y se irán
por otra ruta

De «Niños del aquelarre»

 Daniel Rubén Mourelle

 

 

Iguanas expulsadas del trópico

 

aferrar la pala y poner
un orden a la muerte

 
El odio tenía su propia canción
no le importaba qué tan jóvenes fuéramos

Tendidos bajo la lluvia
atrincherados en aquel barrial
pedíamos que no hubiera deslizamiento
algunos sabían a quién
yo no

poco me habría torcido el futuro
haber encarado al mismísimo Diablo de las Cañas
poco me habría cambiado la suerte
de aquella noche inclinada

Cada tanto miraba hacia arriba
para que la lluvia me lavara
el barro de los ojos ...
Allá abajo el griterío seguía
algún tiro
antagónicamente seco
como si una rama se quebrara acertada por un rayo

La derrota hundía el valor de la tormenta
achataba incluso el miedo
nada más nos quedaba el odio
miserable campana que nunca falta al funeral de los perdidos

Había que estarse quieto ...
Ninguno de aquellos héroes
elegidos de la patria
sería tan arrojado
como para subir los cien metros que lo separaban de nosotros
menos aún con la noche así
a punto de saltarnos encima
como nube de langostas que huele el maíz

Y así fue que aquella patria los quiso en otro lado :
subieron a los camiones y dejaron a los changos donde habían caído
de a dos
de a tres ...

La Antonia estaba sola
la cabeza entera pero sola
sobre el borde acuchillado
panza abajo
en aquella roca cuyo brillo se apagaba junto con el día

Hay un escalón peor que el miedo
y es el después
ese goteo de aceite que satura la luna
mucho más cuando nueva
esa fuerza que falta
no mucho
lo justo
para dejar el músculo tieso a media uña del mover
parpadeo previo al incesto
tan común en aquel monte

El arrojo era el mismo para limar las balas
que para la noche del cuerpo y
si familiar
lo dulce permanecía como exitosa redoblona
más allá del candado
y las rejas
y el taco de metal

Inmóviles

de regreso al barro corrompido por Adán
allí estábamos
iguanas expulsadas del trópico
farsantes a fuerza de querer un día más

De un salto
nos delató la mañana
y la oscura se quedó para siempre con las voces de aquellos hermanos
y no lo sé
me lo contaron
fui el primero en buscar la pala y tallar el suelo más arriba
donde apenas se podía
cunas deficientes para sueños fríos
graciosamente fríos
según también me contaran veinte años más tarde

La tarea de poner orden a la muerte nunca terminaría
cada paso arrancaba una capa a la cebolla infinita
seca como lágrima de azufre
como aquellos tiros perdidos junto con la tarde

Los meses que siguieron
implacables por desborde
nos tornaron expertos en la huida
nunca del todo libres

animales que cambiábamos de jaula
comprendimos finalmente aquella voz de la Antonia :
Hay que olvidar al cazador
borrarlo de la historia que
contándonos
aprieta nuestros pasos como cauce al río
quitarle la palabra

Habría bastado con aquélla que limaba el filo a nuestras horas
borronearle el contraste que infectaba el fondo
pero
cuesta reconocerlo
tampoco nosotros fuimos capaces de achicar aquellos cien metros
deslizamiento de orden diferente
para sellar las cuevas del temblor

Al miedo tampoco le importó qué tan jóvenes fuéramos
y su canción siguió sin detenerse para vernos envejecer

Muchas más lluvias barrieron el monte
incluso después de mi partida
y cada tanto me llega alguna carta
donde me avisan que un diablo
todavía pregunta por mí entre las cañas

De mi parte
recién ahora les cuento
que las noches siguen mostrándose inclinadas
incluso aquí
cinco paralelos al sur
o más cuando soplan las nubes de enero

El griterío
en cambio
ha cesado

Las quejas que se escuchan
me provocan una sonrisa que aprieta a contramarea
en este futuro torcido

Con los ojos de la Antonia pasa diferente
cada vez que su voz se me viene
se cierran
y se quedan así hasta que me duermo
callados
igual que cuando sonaba el último disparo de la jornada
y agradecíamos el zumbido de los mosquitos
tan molesto al principio

Sigue habiendo un escalón peor
el precio que delata lo inútil
pues siempre le falta un cinco al esfuerzo
y vuelve para cobrar
envuelto en la cálida nostalgia del incesto
y me dice que me cuide
y le muera fuego
al olvido

 

       De la colección : Colman Bock
 

                                              Daniel Rubén Mourelle

 

 

 

 

Nació en Buenos Aires, en 1954.
 Desde 1984 hasta 1992, fue director de "Clepsidra" (primer premio en el Certamen Nacional de Revistas Literarias, organizado por el Fondo Nacional de las Artes en 1988).
Recibió el premio Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (poesía, 1989).
Entre 1978 y 1990, escribió y dirigió las experiencias musicales y literarias de "Ecos del Viento", "La Brujutrampa", el "Taller de Ediciones Independientes" y "Filofalsía".
Dirigió la revista "Sr. Neón" desde 1992 hasta 1996.
Fue co-director de la colección de poesía : Libros del Empedrado (1990 - 2003).
En octubre de 2008, recibió el primer premio en el Primer Certamen Nacional de Cuentos organizado por la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de General San Martín, Provincia de Buenos Aires —por una colección de cuentos presentada bajo el título de "Cobranzas".
Colabora de manera intermitente —aunque no por ello de modo menos intenso— con la revista "Crítica" de la Universidad Autónoma de Puebla (México).
Colabora con “La Santa Crítica” (http://lasantacritica.com/).
Ha trasladado al español una selección de poemas de Laura Riding; publicados por Alción Editora (de Córdoba).