JOSE ANTONIO CEDRON- DOSSIER POETICO

 

 

 

 

Pequeña cosa

 

Si no tuviera alas como tiene

si no hablar y cantara

si no fuera de fiesta de velorio

si no amara tus piernas como ramas de un niño

si no tuviera acaso componentes políticos

estaría diciendo que el corazón

es sólo el corazón

no esta mancha que cambia pasos bodas y viajes

no este pájaro huido que carga una maleta

pesada como pueblo

no esta sombra que emigra en mala hora

qué va.

 

Paisaje

 

Se la vio desconfiada invadida ocupada.

Se la vio con el pulmón izquierdo perforado

Sin aire

Se la vio sin laurel sin tetas ni balanza

Sin peatones y voces y terrazas

Sin aire

Se la vio glacial

Con el traje lustroso del código civil

Y los labios resecos guardados en la boca

Se la vio con las llaves de las catedrales invisibles

Se la vio sordomuda del pájaro frecuente

Entre la baba espesa

Mirándose en la huella de un pesado zapato

En la penumbra sólo se alzaba su silueta

Alguna que otra bestia vigilando esa quietud

Y ninguna otra cosa.

Crónica entre líneas

 

Sabíamos que había entrado al bosque

que su cabeza verde trataba de confundirse

donde habita la vida con la naturaleza.

Sabíamos también que llevaba un antorcha

en la mano derecha. Y también que de día

este fuego no viene a iluminar, sino a quemarlo todo y confundir el rastro.

Fue entonces que los pájaros dijeron

no es sitio de hacer nido de nacer de quedarse

y cambiaron de vuelo entre las llamas.

Este bárbaro alzado rodeado por su fuego

ignora que al igual que las hojas quemadas

ya no regresará de aquel fenómeno.

Este bárbaro no sabe nada de botánica

y tampoco ha leído una línea sobre el metabolismo de la naturaleza,

la reproducción las cartas de amor, el filo de una estrella

las leyes de la historia.

Este bárbaro.

 

 

Carta a casa

 

Ayer pensé o soñé que estaba en casa

Y te pensé o soñé como eras hace mucho

bajo un cielo que era también como hace mucho

esas cosas de hombre de niño que uno tiene.

Te soñé como eras cuando yo no era éste

y te pensé después, y anduviste girando en

mi cabeza durante todo el día.

Esta mesa es tan chica

acá se desayunan con su ruido de jarros las mínimas tormentas

acá llueve seguido y las noches se llenan

de tazas negras.

A veces alguien canta para desocuparse

de las lágrimas

y a veces hay un ruido de final que me roba

las pocas herramientas que reuní de a poco

esa pequeña historia asomada en desorden

al reloj de la casa

los gajos que juntabas por los alrededores

donde ha subido el polvo.

Injusto es este otoño oblibando a cubrirnos

con las hojas que caen de esta miseria

que se pone a crecer

como el tiempo en las fotos amarillas

como las uñas.

 

 

Las palabras

 

No abandonar lo estrecho de este pozo

Le digo al animal que malvive pensando

En la arena que escarbas desde el muro

Todo es hondo, profundo

Escribes en la palma de una mano

Que se dio a la tarea de andar sobre

los pasos cortos de tu aliento

ellos hacen volar palabras en una hoja rayada

buscan el aire donde llega

la punta de los dedos

el olor de la tierra mojado cuando el viento

ese poco de suerte filtrado en este otoño

para cumplir lo veinte al otro lado

y no voy a cantar

cuando al fin las porfiadas se abren paso

entre la hierba espesa

y vienen a dictar bajo esta lámpara.

La cuestión

 

No hablo de aquellos golpes sobre el frente

La cal tiza ese polvo en el revoque fino

El ladrillo y el hueco sobre el rostro

Sino detrás, debajo

Hondas bases de adentro.

A esta superricie traemos los límites

De esa profundidad

A estas mismas orillas indescifrables

El difícil enigma que nos hace dudar

(frente al espejo)

que esta mano es una mano

que ese ruido es la lluvia

y el sospechoso sigue en el fondo.

 

 

VI

                                                a Daniel Lovecchio

Rafael Vásquez

Arnold Antonin

 

El río desafiante sube sucio

cuesta tanto nombrar reconocer lugares

desdibujados rostros

después de habernos dado su costumbre.

Si me cuesta el recuerdo de tu voz

y tal vez te suceda

bajo esta misma lluvia, este granizo.

Cara es esta verdad.

Danos buena memoria en este exilio, patria

danos buena memoria

del que vende negocios asociando tu nombre

del que remata

del ave de rapiña

de los intelectuales que tomaron distancia

del aceite que emanan los peces muertos

en la orilla.

Estos son días de aguas no potables

de oxígeno manchado.

Danos buena memoria en este exilio, patria

para tener memoria de todo lo que hicimos

y no hicimos posible

de todo lo que haremos

y no haremos posible.

Danos buena memoria de los pasos

adviértenos sobre todo armisticio.

Danos buena memoria en este exilio, patria

reflejos de felino para defendernos de la serpiente

danos buena memoria a la conciencia

danos buena memoria

dependencia concreta, humana

de ella

y ninguna mejilla.

 

 

 

 

Poemas del libro Actas

 

 

 

 

*

Me desperté después de las pastillas

a las 4 y 50

cuando una voz en off anunciaba buen tiempo.

Cielo limpio a un costado de tu rostro

recuerdo unos islotes que olvidé para siempre

algunas nubes bajas rozándome el zapato

un hilo blanco al fondo; el horizonte, creo.

Un ruido absurdo adentro de una taza

y muchos caramelos que saben a otro idioma.

La escalera y el mar, el cerro enorme

la humedad y unos pocos borrachos en la calle

un túnel y otro túnel

y tu mano por único testigo

de que llegué hasta aquí

en esta madrugada sin diario ni más datos.

 

Caracas

 

*

En esta casa alguien vivió antes.

Dejó clavos de punta en las paredes

la forma de sus manos en un viejo jabón

olores a tabaco, el lavadero sucio.

Huellas poco confiables.

Vivió esperando un ruido que lo llame

desde el amanecer?

Lo imaginó esperando?

Lloró también de frente, aquí,

contra estas puertas?

Qué lloró cómo qué hizo

cuando el sol se le secó en el horizonte?

Qué sintió de esta lluvia debajo del papel?

Humedeció sus miedos el cielo de este techo?

Dudó del calendario con las manos cerradas?

Del amor?

Compró pan en el barrio y fue observado?

Vio sonrisas por él y no hacia él?

Nombró con el silencio?

De qué cielo llegaba?

Escribió cartas?

En qué idioma dijo, señor no puedo más?

Era extranjero acaso?

 

 

 

*

Las tinieblas terminan en tinieblas

que no terminan.

Jorge Guillén (Ley de sucesión)

 

Las piedras de las torres taparon los volcanes

con el insospechado silencio de sus cuerpos

los muros no murmuran el asombro al creyente

(que después descubrimos entre los saqueadores)

este largo silencio que obedece a las ruinas

no mira, no cuestiona

duerme sobre el hastío de antiguas desconfianzas

se deja acariciar como los mármoles.

 

México, DF. 1984

 

 

*

Aries en vacaciones

 

En estas tres semanas apilé mis papeles

les di música, tiempo, versión libre a sus faenas.

Me senté en el portal con mi café y los libros.

Compré unos caramelos para alguien.

Por las noches di vueltas alrededor del cuerpo

(solamente un insomnio en tres semanas)

me levanté y leí, llené mi cenicero, mis vasos,

mi casa de palabras.

Nadie fue altisonante, repetido, ridículo.

Sólo Stevenson dijo algo que no recuerdo

o su mal traductor le hizo decir

lo demás quedó aquí.

Después llegaron voces, intrusos en la luz.

Por el mismo cristal donde pasó el amor

un día por mi frente, ahora el tiempo.

Tomé mi carretera de sal y te pensé.

Los pescadores no hablan en el amanecer

deciden con su tacto como en el mundo ancho

profundo de los ciegos

sólo deslumbran con sus cuerpos plateados.

Los vi desde la arena con las primeras sombras

del sol sobre los muelles.

Comí frutas rosadas, amarillas.

Vi a la gente besarse, tomarse la cintura, embriagarse ingenuamente.

Sin ruido, sin bochorno, cumplí años conmigo.

Los mordí sobre el borde de una mesa

y recordé mi nombre como el único azar que reconozco. No bebí a esa salud.

Un papalote alzaba su paz sobre el absurdo.

Caminé unas cinco horas a pie, solo y no lo

suficientemente solo, por valles desiertos

y no lo suficientemente desiertos.

La arena estaba sucia. Leí, seguí leyendo.

Abandoné dos libros aburridos en bares

y en hoteles, sin reproches.

Con otra compañía no hubiera sido fácil.

Tampoco contemplar un arco iris

que obviamente no voy a describir.

Mañana volveré, conversaré con alguien

cosas sin importancia.

De qué valdría hablar de un tren carguero

blanco, en Matamoros, sin nada en la emoción

del que pueda creerme.

Hace bien y hace un ancla el estar solo.

 

 

 

 

 

 

F.Kafka (Cartas a Felice)

 

 

                                                      

 

                                A Eduardo Dalter

 

Un elefante espera la muerte en su manada.

Camina por la tierra.

A veces lo acorralan.

La piel de un elefante tiene el mismo espesor

que el metal de una bala calibre 35.

Para dar muerte rápida a la bestia

si el matador apunta

debe hacerlo con rifles de potencia

y mejor precisión.

Algunos animales han sido desplazados

de los ríos, sin consulta

y son muertos por hambre y sed

atacados también cuando dormían

y hay quienes fueron desaparecidos

por las grietas profundas de la tierra

en que vivían.

Para cazar un rinoceronte hacen falta

en tiempos de paz

unos diez hombres bien dispuestos

conocimiento del terreno

infraestructura logística y

como en el caso del resto de la especie

buenos tiradores.

Un rinoceronte puede resistir tanto plomo

como un toro, si no se le acierta

en las partes vitales.

Un toro es capaz de no morir de espada

sino de cansancio.

Un desterrado espera morir en su manada.

Camina por la tierra.

La piel de un desterrado tiene el mismo espesor

que la piel de sus perseguidores.

Sólo una diferencia lo separa de aquellos animales

no se puede acabar con esa especie

engendra al que lo acosa

despierta tanto ruido.

 

 

 

 

 

 

 

 

Mis muertos no son dioses

cambian con el peso de los años

me levantan de noche a caminar con ellos

me hablan del futuro, entre cenizas

piden un vaso de agua a mitad del camino

alzan la voz las manos la mirada

furiosamente

discuten con la vida

no son dioses.

Mis muertos se llevaron la cordura

apretada en el pecho

y la respiración empedernida

su rostro lentamente de la mesa

una impotencia extraña entre los dedos.

Mis muertos no son dioses

no cargan con mi vida ahora ni nunca

pero viajan en todo mi equipaje

son una certidumbre, no una carga.

Mis muertos no son dioses.

 

 

 

 

 

 

a Mauricio Ciechanower

 

Nueve años después sobre iguales cabezas

la luz cambió de pasos ampliando el mismo círculo.

De su centro partieron ojos que vieron juegos,

calles, octubres, humo, referencias.

El forastero duerme sitiado por escombros

sabe que hubo pasado

trabaja, besa, duda del país que lastima

como el filo de un sueño entre los dientes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cómo haría aquel hombre sin idioma

ni monedas de cambio/ ni mar/ ni luz de aldea

ni el oro de los pobres soñado en la taberna

ni una mancha salada de lluvia en el sombrero

ni el tabaco mascado en el umbral

ni el aliento del frío/ ni el trébol del abuelo

enterrado en el fondo del bolsillo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Alicia Alonso y el Ballet Nacional

de Cuba, en Puebla

 

Usted salta, señora, y yo pongo la primera palabra

en este verso.

Pero usted ya saltaba cuando yo era aprendiz de

un país de maravillas.

Una vez y otra vez y otra vez más

usted salta, señora

pero yo no la veo, ¿o es que usted no aparece?

Poca virtud en el aire de mis ojos, señora.

Y aquella mano sola en la platea, cómplice, levantada.

 Nada más que esa mano en estos ojos.

Ahora cuesta mucho recobrar la emoción

variando la costumbre, porque soy de un país

de maravillas. Se lo dije, señora.

De una generación que sólo usó las flores

para decir adiós.

Y me voy del teatro con una nube verde

dormida entre los brazos

y usted sigue saltando, sin atender la lluvia.

Recuerde que llovía.

No quiero oír a nadie comentar la función

no quiero distraerme de que usted es de este

mundo, y yo estoy en la tierra, y usted salta, señora

aunque hoy no baile

usted sigue saltando, salta, salta.

Usted me debe un poema, créamelo.

 

 

 

 

 

Deshoras

 

Haces mal en llegar improvisadamente.

Tus ojos son inquietos, dibujan geografías

y hace un tiempo difícil, y abunda la maleza.

Juguemos a las cartas, no hay nada que apostar.

Los monumentos lloran de vergüenza

se quieren despedir

firmarían sin más trámite su olvido.

Podríamos armar un mundo de papel tamaño oficio

donde entraran tus peces de colores

y mi resignación, pero no tengo planes.

Mi pecado es sincero

no deberías confiar en un oso polar

lo dije en otro libro

tienen cuentas pendientes todo el tiempo

duermen del lado opuesto al corazón

para que el aire silbe

y sobre el frágil hilo de la noche

pronuncian algún nombre de canción o país.

Esta casa es pequeña, la gente se incomoda

las palabras me roban muchas horas

y me extravío en ellas como un borracho ciego

arrojado en un bosque.

Si vivieras aquí no tendrías teléfono, sol,

canario flauta.

Los golpes de reloj sobre la pobre suerte dan pavor.

Tus ojos son inquietos, seamos francos

la realidad ha crecido de peso como un muerto

si me pasara algo ni testamento dejo

libros, perro, macetas no interesan a nadie.

Podría cerrar tus planes con un beso de miedo

y oscurecer también.

Podrían suceder muchas más cosas

qué pasaría después.

Es un tiempo difícil, te lo digo

se iría el presupuesto en aspirinas.

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay nada que contarte que no sea la lluvia

golpeteando sus dedos en mis doce cristales.

Abril es un mes largo, querida, no sé nada.

Desde el infierno escriben estos poemas

dicen que volveré, construiremos la casa

aunque lejos del mar, ellos confían

presionan el cerebro las arterias los músculos

se obstinan, pero después lo niegan.

Nunca se acaba con ellos el margen de sorpresas

usos palabras tuyas, los conoces

maldicen, se maldicen, incomprensiblemente

contra los muchos cargos.

El peso de la historia les hace arder los ojos

tener apocalípticas visiones.

Pretextan se arrepienten se contradicen tanto.

Impresiona lo raro de sus cuerpos, como de tuba.

El brillo de su voz, extraña y grave.

Sus pecados me agobian, indefendibles son.

Difícil predecir qué pasará con ellos.

En estas condiciones no creas una línea

más que gitanos mienten.

 

 

 

 

 

 

Ley de residencia

 

Ojerosos y turbios como ladrones

frescos, luminosos de perdición, los ellos

viven, extrañan, piensan en llegar.

El tiempo, a veces, pasa

cuando cierran la luz, como otro día, un libro

que se reescribe solo por las noches.

 

 

 

 

 

 

 

 

Y la busqué en derrumbes, por lugares ociosos

en zonas de calor, en otros rostros.

Los meridianos registraron su paso por labios

desolados. Los últimos informes precisaron

su estancia en la costa oriental.

Frente al golfo de Ninja los navegantes hablan de sus cabellos negros

cuando el rumbo dudoso de los vientos se dirige hacia el sur.

 Pocos libros me dan noticias suyas

cuando amanece vuelvo sobre ellos

verifico las rutas y corrijo la brújula de punto.

Las nubes se contraen hay que seguir las olas

me dijo Byrnes –un geógrafo noruego–

pero hacía tres días que estaba en la taberna.

Con mis lentes oscuros presioné a unos espías de la segunda guerra

en una calle céntrica de Dallas que me vieron confusos, desconfiaron,

esgrimieron familia estar fuera de forma la pensión.

Di el alerta en lugares extraños a mis mapas:

el país de Talía, el macizo del Harz.

A veces me emociono al leer su nombre

en la madera vieja de los muelles

(cuando hay sol el tallado se refleja en las playas).

Para su aparición organicé los peces más plateados, aguas marinas, panes, calabazas.

Por si fuera de noche en mis terrenos: antorchas suficientes.

Le daré una gran fiesta.

Para mayor sorpresa verá su corazón

que aún flota en este cuerpo.

 

 

 

 

 

Los amantes del pueblo

 

Se dice que llegaron hasta aquí en un tren nocturno,

con las lluvias de agosto que cubren las sequías.

Su amor dio que fumar que beber que decir.

Fue la cosa más grande después de la mujer araña en los años cincuenta.

Eran irreverentes aquellos alaridos

incesantes se oían a la sombra del sol y las vecinas

como una cosa oscura que espiar, murmurar

y hubo anuncios de prensa y apagones en las horas jadeantes.

Los jóvenes del pueblo imaginaban manos acariciando labios, senos, caderas,

brazos como la furia de los dioses esbeltos.

Interminables fueron esos días

que hasta la misma furia acabó maldiciendo

los brazos del ejemplo, las bocas, las caricias

pero ellos continuaron amándose en sus potros

atáronse uno al otro los cuerpos y los sueños

y las hierbas volvieron otra vez doradas las sequías.

Partieron como nubes llamadas por montañas.

Pájaros de cristal volteaban para verlos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Teníamos la tierra, la raíz de las plantas,

los metales, la piedra.

Yo te amaba.

Teníamos ciudades, gobiernos, sacrificios,

líderes, predicciones, guerreros, bandoleros.

Teníamos rebeldes

teníamos las clases, la explotación, la lucha de

las clases, la barbarie, las leyes.

Pero yo igual te amaba.

Sabíamos rezar, combatir, cosechar.

Sabíamos cazar, torturar y matar.

Sabíamos reír, llorar, besarnos.

Teníamos dioses, semidioses, reyes, armas, madera.

Teníamos pirámides y chozas y enemigos,

hambrunas, desnudeces.

Pagábamos tributo.

Teníamos idiomas, dialectos, oraciones,

maíz, pueblos vecinos, rutas.

Sabías que te amaba.

Teníamos envidias, celos, muertes absurdas,

casamientos, suicidios, crueldades, sacerdotes.

Teníamos canoas, sectas, enfermedades, pestes.

Teníamos artistas, cementerios, hijos, mejillas,

putas, ceremonias.

Teníamos calendarios, promesas, medicinas.

Teníamos hermosos nombres, ternuras, incendios.

Solíamos tener sueños para volar, plumas para volar.

Sabíamos danzar, embriagarnos, tallar,

darnos la mano.

Conocimos el paso de los tiempos

y de los vientos.

Teníamos pasado, presente y porvenir.

Adoramos al sol, entre otras cosas,

al escribir lo hicimos del lado del poniente

le dimos a la piedra nuestras vidas

no teníamos ruinas

sabíamos quiénes éramos.

Después del desembarco de esos hombres

que fueron descubiertos

llegaron otros, y otros, y otros.

Aquí tuvimos barro, fuego, pájaros, peces.

De esto hace mucho tiempo.

Nada ha podido hacer que no te amara.

 

 

 

 

 

 

 

Entre los jeroglíficos hallados en tu almohada

enfrentarás la mueca de los días.

La distancia idealiza.

El sueño solamente demora esa costumbre.

Las miradas de entonces no quieren saber nada.

La mano que aún extrañas acostumbró su piel

al paso de tu ausencia.

 

 

 

 

 

 

Dejemos los anillos en su sitio

la gotera del baño, el esforzado sueño.

Escondamos la escoba, por favor

los trapos de cocina.

La borrachera diurna del vecino la borro.

Tapo los viejos diarios con nuestro desarreglo

el tiempo del reloj y de los trenes.

Cerremos las cortinas, las ventanas

permitamos que llegue la penumbra

que nada entorpezca el volumen de los cuerpos

las líneas de la boca.

Ahora la puerta.

Por último el buen ojo abrazado a tus vientos 

y empezar a volar, aunque sea un momento:

no estamos para nadie

 

 

 

 

 

 

 

 

No hubo lucha de clases cuando dimos batalla

sólo daños menores en la mampostería

cuyos antecedentes no pueden atribuirnos

fallas de construcción en el armado del cielo

incontrolables nubes

y neblina constante durante el acarreo de la luz.

Rasguños en la piel también menores

cansancio en la energía de los astros

que dieron de morder.

Sí algo de lava y polvo que escaparon

por las escaleras de emergencia

que no sería honesto negar aquí.

Caricias que acabaron despertando combate.

El roce de la carne con los filos del tiempo.

Me deslicé en tu cuerpo como por esos pueblos

que después de sus calles el desierto.

No te besé la espalda ni las piernas

para que la tormenta no entrara en tu equipaje.

Ahora, con más calma, mirando

por los ojos de huellas y testigos

¿qué margen le darías a este temblor

en la escala de Richter?

 

 

 

 

 

Antes de nuestro amor, que llevaba sus años,

el mundo conocido era pequeño.

Tolomeo trazó las coordenadas,

pero no aparecemos en sus mapas.

Copérnico no supo de nosotros, Galileo tampoco.

La Edad Media, después, oscuramente,

nos dejó a la intemperie.

Ni la electricidad, la radio, dieron noticia

alguna de este descubrimiento.

Navegamos bastante desde entonces

nos amamos en nombre de todos estos siglos

pero eso los arquéologos ignoran

si antiguas redondeces, las antediluvianas,

eran nuestras.

Y no quedó piedra sobre piedra

no quedó ni el recuerdo salvado de esas ruinas.

Fueron tiempos difíciles aquellos.

Es la resurrección esto que escribo.

 

 

 

 

 

Ahora o nunca

 

Antes que sea tarde

y en las torres se instalen los francotiradores

antes que pase el tiempo sobre la única piel

y que los estrategas de la razón nos juzguen

los troyanos nos culpen los tirios nos condenen

la historia nos devore

antes que la cordura terrible nos dé alcance.

 

 

 

 

 

 

 

 

Porque llegás de proa, banderas desplegadas

sogas de grueso nudo, como los marineros

historias en bodega

palabras que desnudan hasta apagar la luz.

Los marineros llegan con sus redes tendidas

hilos perdidos llevan en sus cabellos rojos

pipas para que el humo los distraiga del mar.

Amarran la cintura de su amante en los puertos.

Yo no tengo palabras importantes en mis velas mayores,

ni un barco de pirata dentro de una botella, ni un beso de perfil con el ojo tapado.

En este desembarco hasta tus costas

el día dio la vuelta alrededor del mundo

en tu cuerpo navegan semihundidos mis besos

acaso me soñaste en la cubierta

pero esto es otra cosa

yo nunca subí a un barco

no podría siquiera dedicarte un tatuaje.

 

 

 

 

 

 

 

 

Desconfía del que ama: tiene hambre,

no quiere más que devorar.

Busca la compañía de los hartos.

Ésos son los que dan.

Rosario Castellanos

 

 

Amaré a esa mujer por la impureza

que descubren sus pájaros salvajes

por los desordenados colores que ella trae

a este mundo, blanco y negro.

Su poesía corrige mis lugares comunes

me pone en evidencia a cada línea

apenas la conozco después de tantos siglos

de lavarnos la frente y de juntar las manos:

aquel rigor de látigo obediente que penetró

la sangre y dio nombre al pecado y a la culpa.

Los custodios que nombro son piedras de los templos, la quiebra de los justos.

Ella enseña otra historia, intraducible aún,

a esa mitad que un día creyó saberla entera.

Y no hay resurrección ni costumbre que pueda

una vez que vio el fondo de las sombras opuestas.

La salvación no quiero, ese chantaje,

quiero sólo la vida de esa mujer que parte

las mitades que faltan del silencio.

La amaré con justeza de asombro milenario

de misterio reciente, poco a poco,

su libertad y la mía descubiertas

para que sea ella, y yo sea yo.

 

 

*

Asaltaré las casas para borrar las huellas

de tus besos mis besos.

Hurgaré en sus creencias, robaré.

Habrán perdido todo, notarán el vacío de sus vidas.

Por esa perdición seré buscado, perseguido, lo sé.

Mi pecado será la culpa de los hombres.

Nunca darán conmigo, acaso con mi sombra.

Seré un ladrón perfecto, inalcanzable.

Un rumor, como dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

Los amantes dejaron la forma de sus cuerpos

en los bancos de arena, sus ojos de fiereza

en el último instante

rodeados por las aguas

desnudos atravesaron lo tibio y lo salobre

encontraron islotes y frutas submarinas

que comieron a la hora del auxilio

en el último instante

sabrán que aquel naufragio fue sus propios cuerpos

comiéndose uno al otro.

Si lograran volver de aquella pesadilla

las heridas del mundo entrarían en su espejo.

 

 

 

 

 

 

 

 

La poesía es la poesía, más el hombre,

más el mundo, más el poeta.

Raúl González Tuñón

 

 

Te siento cuando llegás

sospechosamente

cuando te inclinás sobre el fuego

que prendemos juntos

cuando cáes, caemos

como amantes secretos

y me hacés confesar y confesás.

Te acaricio de nuevo y te beso en la boca

y nos arden los ojos por el humo

me apretás las muñecas me agarrás por el cuello

te escribo y me escribís

y a veces, cuántas veces

me dejás solo y pienso

cuándo vas a cantar nuevos días que sean el de hoy

cuándo me harás cantar otros recuerdos nuevos

otra vida con ésta.

 

 

 

 

 

 

 

Y si fueras irreal

¿cuál sería la realidad

(y lo que me poesía)?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto es inasible.

Pero (aunque suene mal) daría la vida

por diez lugares suyos, cierta gente...

José Emilio Pacheco (Alta traición)

 

 

 

Bajo tiempos difíciles y noches cerradas

te he soñado. Fui un impostor de luz para esa claridad que no toleras.

Tu anuncio es invisible como el amor que llevas

y que traes de mi piel. Y no te reconozco

más que en viejas traiciones.

Lo digo sin pedirte perdón, sin pedir nada.

Y sin embargo duele.

No podría desear la salvación sin vida. Ese poder.

Y también, sin embargo, no oculto lo invisible

del cómplice que traigo. Fantasmas que nos diste

para estrechar tu vieja geografía

de mártires y sombras.

El gesto recorrido con la misma mirada acorralada

vacila hoy como un ciego, en el cordón de un país desconocido.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ahora vendrá la luna, con su lengua de luz

en las cortinas

(la buenaluna a veces esperaba

con la mesa tendida y el café a medio hacer)

vendrá como siempre y sólo entenderás

que jugaba al vacío girando en la cuchara

para endulzar sin nombre ni apellido la noche.

Ella vendrá sin más, a la hora acostumbrada

para anunciar de nuevo

que mañana amanece un cielo limpio

bajo el que poco o nada te queda por decir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y le pido de nuevo que no me deje solo

que todavía siento miedo a la oscuridad

a las voces que indagan el pasado

que no me deje solo

que otros duendes resuelven lo que cuesta subir desarmado, las alas,

/ que anuncia el gallo nuevo

que no me deje solo con el eco, que me acompañe siempre, que respire y respire

nubes bajas se internan al agua donde bebo

que no me deje solo repitiendo esa luz

que despierta viviendo a contracielo

atrás de los retratos donde una vez

soñé con otro rostro

que no me deje solo en esta huella

que siga respirando por los remos

que siga respirando, que respire

que no diga hasta aquí.

 

 

 

Poemas del libro :  Vidario

 

 

 

 

 

 

Cuando el cuerpo no podía

quedaba horizontal y la carga ignorada.

Aún pasado el invierno no había cómo quitar

las manchas de alcanfor que marcaron el pecho

buscaban adelante, hacia atrás, en los lados

y el cuerpo estaba adentro.

Fue cuando me trataron de la respiración

y era cosa del aire.

 

 

 

 

 

 

En la puerta cancel del antiguo vestíbulo

brilla un vitral que sirve para tapar el gris con sus colores,

hoy ya desatendidos, y sus vidrios rajados

por donde pasa el viento trepidando

como un viejo y ruinoso caballo de lechero.

Este es el escenario de una ciudad

con muros carcomidos, reflotada del agua

y puesta a navegar otra vez con nosotros

entre descalzas voces que recuestan sus hijos

o baldean las piezas a lo largo del patio

mientras mamá desviste la muñeca que sienta

al centro de la cama

varios días después del primer fin del mundo.

 

 

 

 

Abuelos I

 

Es plateada y violenta, suele apagar las luces

detrás de los que salen de las piezas.

La silla que se inclina y la dama de noche

conversan de presagios

una voz de comadre sentenciosa

sabe darle esa aureola de autoridad doméstica

llegar al corazón de las carnes más tiernas

recoger los oficios para hacerlos cantar

y rezar y besar, tiesos libros de nácar

medallas que pendieron de los pechos visibles

de sus antepasados

o pequeños recuerdos que alguien llevará atados

en la piel que recubre la emboscada.

 

 

 

 

Abuelos II

 

No parece que haya vivido en la oscuridad.

Tal vez vivió en las sombras.

Las sombras guardan más temor

que la oscuridad. Misterian.

 

 

 

 

Abuelos IV

 

A veces la pensaba como recostada

en un nido salvaje, llevándonos a todos

en tiempos en que el agua era limpia y

corría por las alcantarillas hasta llegar al río.

Fue la última vez que entró a la casa

que le vi las arrugas en reposo

tan cerca como nunca

estiradas y quietas para siempre.

Pero ella siguió siendo un deseo inconcluso

y sus peinetas blancas un camino lejano

a todas las caricias que empezaron

al borde la frente

hasta que a su cabello le cortaron las manos.

 

 

 

 

Abuelos V

 

Envolvieron su cuerpo en la mantilla blanca

manchada con el vino de la frente.

Pronto será de noche sobre esa cruz de viento.

Nadie sabrá qué hacer con tanto polvo.

 

 

 

 

 

 

Amantes I

 

La sombra de las torres suele verlos

correr en otra piel, ensuciarse la boca con el viento

esa mancha que busca

empeñada en el aire de una mujer y un hombre

volteados al pasado

abraza soledades de cuando ellos soñaban

el año de Dragón en su equinoccio.

Inesperados, previsibles

se obligan uno al otro recuerdos de ceguera

que la memoria olvida, pero intuye que tuvo.

El país que fueron duda de sus vidas.

Y nunca sabrán cómo siempre acaban perdidos

abajo de esas piedras de la noche.

 

 

 

 

 

Amantes II

 

 

Anochecen y tiemblan, balbucean, se entumen

y allí son Dios, porque han dado su cuerpo.

Amanecen desnudos, clavan otros maderos.

 

 

 

 

Amantes IV

 

Al cerrar el botón del monedero

esa mujer hablando de los otros

tropieza con los nombres

que apretaron el brillo de su vestido rojo.

La interrumpen reproches en voz baja

golpes de la otra vida

papas apio cebollas que guarda el mosquitero

una mano que cuenta las pastillas

disueltas en el sueño

entre muecas mordidas por extraños

y el crujir de un elástico que cede

después de haber tendido la cobija en la pieza

para cubrir al náufrago y la luna.

 

 

 

Carmencita

 

En el gancho escondido que pende de la noche

deja secar los trapos.

Gotas de sangre dulce le roban las muñecas.

Ella pone su mano de disculpa, obediente

a la regla que baja como una guillotina

y el poco de dolor le cuenta un cuento

que nadie le ha contado en esta vida.

 

 

 

La adivina del barrio

 

La que leyó la vida de vecinos y amigos

la que predijo novios con fortuna

cartas de amor y bodas en futuro

esa adivina nunca tuvo tiempo

para alejar los dedos de la mesa

y viajó por las líneas de las manos ajenas.

La que llenó la vida de los otros

entre cuatro deseos de baraja

hizo soñar muchachas en mi barrio

que tejieron ajuares sobre el cuarto menguante

de sus lunas.

Con secretos guardados en cojines rotos

la que escondió su piel del sol y de los ojos

entre tazas de té fotos y flores

confió su amor de siempre a aquellos astros

y eran sólo figuras con espadas y bastos.

La que nunca salió de su vestido

un día vio el deseo volarse del espejo.

La que le puso alas al murmullo

que se sacó las medias siempre sola

un día como ayer se perdió entre los colores

de un mazo de barajas.

 

 

 

 

Memorias de inmigrantes

 

Esa mujer tenía ojos azules

cuando entró lastimando con su carga el revoque.

Valijas de cartón, jaulas de alambre.

Si no fuera que un día le dejara pintarse

los labios a sus hijas, sería un pestañeo

la melodía fácil que le cambió el acento,

aquel olor a sal que se fue con las lluvias

y la costumbre húmeda del tiempo.

Los gallos no dijeron hasta cuándo.

Los años que pasaron descubrieron las

marcas ovaladas de retratos vacíos

la cruz de albahaca atrás de los postigos

y los ojos azules que esa mujer perdió

de mirar este cielo.

El mar quedaba lejos.

Su pañuelo ocultaba el oleaje vencido

de un pueblo en sus cabellos.

 

 

 

 

El otro III

 

Doblado entre sus ramas

los miedos se deshojan unos a otros.

El oscuro silencio le humedece los huesos.

Y pedirá perdón, si regresan de nuevo

a revisar la cama con un golpe

mojado por la noche.

El sueño sueña un bosque para evadir la culpa.

Perdón, pide perdón.

Quién pedirá perdón por ese niño muerto,

ahogado de orinarse entre mis piernas.

 

 

 

 

Retrato de familia

 

Domingo y Juana al frente del “vapor” Asimina.

Faustino y su tabaco y el mismo delantal de su trabajo.

Doña María y Carmen con sus cabellos jóvenes (que cuesta recordar)

tomadas de la mano.

Mi abuelo en sus botines y todo el desarreglo

de aquel saco de lana con el que lo encontraron

(suerte que se bañó, dijeron en la casa

el día de su muerte en el mercado).

Yo con el sobretodo de mi primo mayor

(que duró casi toda la primaria)

y las manos de Nina arriba de mis hombros.

Anónimos parientes en el margen izquierdo con gorras y bufandas,

marineros y amigos del fotógrafo.

Dársena 4, atrás, en letra de mi padre

que nunca pudo con él para estas cosas, ni tuvo tiempo nunca

y apenas me abrazó la última vez.

Fueron sueños pequeños: “Buena salud y trabajo”

como una casa vista desde el aire

y era toda la vida.

 

 

 

 

 

La mujer de los pájaros

 

Ella le daba alpiste a su pasión más fiel

le daba agua en el pico

le daba de su almohada los algodones blancos

mientras los “pobrecitos” esperaban silbando

que vuelva hablando sola.

Poco a poco no pudo sostenerlos

y ellos se debatían de pico en los alambres

entonces dio sus manos por la fruta golpeada

los grises de su frente hurgando en las verduras

y ellos se debatían de pico en los alambres

se negaban criar y cantar y bailar

alegrarle la vida las visitas.

Ella daba los ojos de cuando fue mirada

sus palabras de leche azucarada

ella lo daba todo y se negaban.

El domingo dejó salir a uno

que ganó la ventana y se voló hasta nunca

después abrió las jaulas con gran desesperanza

se inclinó lentamente

y sentada más cerca de la mesita chica

apoyó la cabeza en el respaldo.

Fue la primera vez que su abanico

en el ruido del aire

siguió y siguió dictando

cuando ya hubo cerrado fuertemente los puños.

 

 

 

 

 

Abuelos VII

 

No quiero que lo traigan –nunca quise.

Era lindo escucharlo conversar y reírse con el vino,

pero ahora no, no quiero que lo traigan

que paren el reloj, que amarren en los techos

a los perros amantes que dormían a sus pies.

Déjenlo como él quiso contar que era

cuando estuvo en sus anchos botines marineros

y sólo su cigarro le alejaba el cansancio con el humo.

Pero ahora no, no quiero oír que viene

que lo traen que ya está aquí, neblinas más arriba

al final de una historia que no fue completada

mientras el sol anuda entre raíces que abrazarán su cuerpo,

sol que pondrá noviembre a media asta

su nombre en el murmullo de las habitaciones.

Déjenlo que se duerma con la frente tranquila de parientes,

que se vaya a besar con sus piernas huesudas a otra parte.

Nunca quise que vuelva que lo traigan lo vistan

le apaguen su cigarro, le salpiquen el cuerpo

con agua bendecida, que le echen cal inútil

en su espalda.

Nunca quise mezclarlo con gladiolos morados

con los muebles queriendo retornar

a sus antiguas marcas sobre el piso.

No quiero que lo traigan.

Déjenlo que la tierra lo espere hasta las lluvias

la vida de la tierra

para avanzar.

 

 

 

 

Mujer con murmullo

 

Ese buen amor de manos transparentes

y ese gusto tan especial que tenía

ese buen amor

por robar vino blanco en los supermercados

si una planta escapada de la reja

o un trofeo de losas cascadas atrás del vidrio

deshacía los nudos de corbatas

con labios apoyados alrededor del cuello

y la audición vibrosa de Nat Cole en castellano

perpetuaba los besos en la piel.

Buen amor tumultuoso

por épocas suicida

desordenado y tibio.

Buen amor como viene debajo de julio y el agua

con el vestido pegado al cuerpo

prolongando las venas del otoño en el rostro

los hábitos, las flores, el tiempo en los jarrones.

Buen amor cuando llega con su voz para el perro

(y la cartera a cuadros detenida un instante

para alzar los zapatos)

pone berro en el agua enciende fuego

y de costumbre entra en las cajas de las guitarras

como en los muelles

para los marineros que nunca más volvieron

por sus medias de nailon.

 

 

 

 

 

 

En una vieja foto está escrita una fecha

y por detrás los nombres de nosotros

(sobrenombres y apodos en paréntesis).

Los que pudimos ser

de haber nacido antes o después

de esta historia

si los hijos que fuimos jugaran de este lado

no en aquella niñez

que siempre entorpecía la música de fondo.

 

 

 

 

 

 

 

Quién sabe cuál sería la solución buscada

o si fue algún atajo una salida huyendo

de los perros del tiempo

que no entienden dialectos

ni gestos de esos hombres

que un buen día llegaron en un barco

o encallaron de tercos

perdieron el sombrero en esta costa blanda

cielo limpio agua dulce tierra para sembrar

la semilla no dio como esperaban

el arado y la furia no estaban

en sus cartas de navegación

sólo encontraron paz cabeceando entre sueños

al filo de la mesa

no se reconocieron en la virgen

criaron el ganado atrás del muro

bautizaron por miedo desearon y desearon

no preguntaron nada o casi nada.

Apenas si alcanzamos a saber quiénes somos.

 

 

 

 

 

 

 

Eres el inquilino del que fuiste

la presencia indudable de la ausencia.

Han cambiado la mesa de lugar

las llaves de la casa, platos, algunos vasos

(cosas pequeñas que advierte la memoria).

Encuentras las costumbres

el vaivén de una lámpara en el mismo rincón

y también las cortinas que sobrevivirán

a los que conservaron todo.

Y misteriosamente buscas en los cajones

o sobre los fragmentos, alguna identidad

posible.

 

 

 

 

 

 

 

Después de mucho tiempo nos cuesta acostumbrarnos.

Ese extraño nosotros dejó huellas, y vuelve.

Al cuarto día, al quinto ya se hacen familiares

el acento que traes, la camisa, zapatos,

tu encendedor, la pluma.

Pero un poco incomodas.

Y de alguna manera, absurda, eres el muerto

regresando despacio sobre el húmedo polvo

que dejó tu vacío: el lomo de algún libro,

los bordes de los cuadros, la dudosa manija

del ventanal que, entonces, abría hacia otros vientos.

 

 

 

 

Cuerpo

 

Te hicieron enemigo del que llevas.

Dos siglos de enseñanzas contra tu voluntad

la mía. Dos mil años.

Ese extraño, mi cuerpo, era la sombra intrusa

que castigan los dioses del cielo y de la tierra.

El otro, oculto.

Nos ha llevado tiempo conocernos

separar del silencio la voluntad que niega

para darnos palabras de un idioma

en constante peligro de extinción.

En esta independencia inseparable

seamos vos y yo.

El día que oscurezca no haremos despedida

me dices, compañero

nos rendiremos juntos.

 

 

 

 

 

Sueños

 

El gran sol se escondía temprano

y anduve con la luz del tacto.

Apuntalé paredes con maderos hallados

por derrumbes ajenos.

Nunca enterramos vírgenes los túneles

que abrimos a la tierra

pero hace tanto ya, que nadie lo creería.

Iba atado a tus ojos como a un grito

y Bob Marley cantaba, el extranjero,

fui negro de los blancos. No lo olvido.

Y siempre el límite, uno.

Te amé con la amenaza de un minero atrapado

que ha perdido su lámpara en tus huecos

tal vez con la primera mirada del incienso

cuando los españoles.

Sin embargo en tus ojos extrañé las visitas que traían

las fiebres de la infancia.

Recordé que el futuro era un niño debajo de la mesa,

empujado por el viento de las correas.

Su nombre era una escena en algún paredón

junto a aquellos que sacrifican el silencio

de los prisioneros, y lo hacen doler.

Sobre antiguos poderes del pasado invencible

encontramos mensajes de amor empitonado

hundidos en el vientre de un cuchillo.

Nunca supe qué hacían tus caballos troyando

adentro de mi cuerpo.

 

 

 

 

 

 

 

También hay una euforia

un hábito de río en sudestada

que acomete y anuda.

Y después esta sombra de uno mismo

como un gris aturdido de memorias.

 

 

 

 

 

 

 

 

Tiempo pronosticado:

Nubosidad variable, frío,

inestable por la tarde.

Vientos leves del sur. Mínima 5°

Buenos Aires, septiembre 19, sábado

 

Sin embargo ella es única

capaz de arrear caballos de detener el tiempo,

el invencible.

Cuando tantas palabras y dinero de ahorro

se agotaron, su verdad era imposible de meditar

al margen de la carne.

Su luz nos convocaba como un reino desnudo

de sus labios partían insurrecciones varias.

De haberla conocido antes de las sagradas escrituras (sin preceptos ni guías)

sería su fenicio recorriéndole el cuerpo

bebiendo de sus aguas.

De haber leído entonces las líneas de la mano

no escribiría su olvido, los temblores antiguos

que arrojaba en mis días.

Esta ciudad me sabe como si fuera suyo

desde siempre

(pestañeaba en sus vinos hasta el amanecer)

y los saxos de un día, que pudo ser de noche y de

guitarras, nos golpeaban las puertas del crescendo.

Tal vez en otros tiempos esos jabones duros

de los hoteles baratos

(hostiles como piedra para sacarle espuma)

cantarían en su espalda llevados por mis manos.

Su amor impredecible juglaba entre nosotros.

Como a tantos amantes, me dejará partir.

Mucho antes que la muerte nos humille la piel

me besará la frente con sus labios

quemados por el frío

(miradas de entreguerras perdonando a los dos).

Ella seguirá hermosa eternamente

como Zsa Zsa Gabor, después de Hungría.

 

 

 

 

 

 

 

De mirarla y mirarla hasta encontrar sus ojos

pasaron cientos de años. La ciudad llegó al campo

las comunicaciones la rueda barcos hombres.

De sus ojos que llevo es la nostalgia antigua

reclinada en los parques

donde igual de imposible aparece el otoño.

Así escribió en mi vida los últimos capítulos

de las obras completas del ángel de la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

Abro la puerta cierro las cortinas

enciendo aire de mar invento un ruido.

La noche es un anzuelo fatigado

de bajar por comida.

 

 

 

 

 

 

 

 

(C) JOSE ANTONIO CEDRON

 

 

 

 

JOSE ANTONIO CEDRON-BUENOS AIRES -ARGENTINA-

· Publicó los poemarios

   Viaje hacia todos (Ediciones del Alto Sol, Buenos Aires, 1971)

   La tierra sin segundos (Libros para el Tercer Mundo, Buenos Aires, 1974)

   De este lado y del otro (Ed. Penélope, México 1981. Universidad Autónoma de Puebla, México 1983.

   Coedición Univ. Londres-Keal, México 2001)

   Actas (Editorial Tierra del Fuego, México-Buenos Aires, 1986)

   Cuaderno de tránsito (La Tinta de Alcatraz, UAEM, Toluca, México, 1994)

 

El reportaje novelado:

   El Negocio de la Fe –Seguimiento de una secta metafísica venezolana; cómo hace pie en México

   el Grupo La Edad Dorada– (Editorial GAMA, México, 1995)

· Obtuvo el II Premio Concurso Cincuentenario del Periódico Alberdi,  Buenos Aires, Argentina, 1973

· Primera Mención Honorífica Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, Nicaragua, 1981

· Mención Premio Carlos Pellicer para Obra Publicada en México, 1982

· Premio Nacional de Poesía de México Sinaloa 1985.

· Integró la Mesa Directiva de la Agrupación Gremial de Escritores Argentinos desde 1972 hasta su disolución en 1975.

· Parte de su trabajo poético ha sido traducido al francés y al inglés.

Incluido en diversas antologías poéticas; entre ellas:

   Joven Poesía Argentina (Sociedad Argentina de Escritores, Bs. As., 1971)

   Poemario 72 (Ediciones del Alto Sol, Buenos Aires, 1972)

   Del amor en la ciudad (Ediciones del Alto Sol, Buenos Aires, 1972)

   Poesía Argentina Contemporánea (Ediciones Taranto, Madrid, España, 1977)

   Poesía Argentina (Hora de Poesía, Lentini Editor, Barcelona, España, 1978)

   La Novísima Poesía Latinoamericana (Editores Mexicanos Unidos, México, 1ª. Ed. 1978, 2ª.Ed. 1979)

   Voces y Fragmentos -Poesía Argentina de Hoy- (Univ. Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán, Méx., 1981)

   Arbol de Paroles –edición bilingüe (Bruselas, Bélgica, 1978)

   Poetas argentinos –compilación y selección de Raúl Gustavo Aguirre (Buenos Aires, 1985)

   Poetas -La generación del 70- (Buenos Aires, 1996)

   La Nueva Poesía Latinoamericana (Editores Mexicanos Unidos, México, 1999)

   25 años de nuevas voces -Poesía Hispanoamericana  (en prensa, Buenos Aires)