En temporada de la muerte de mi madre

                

Yo tenía los ojos en esa  foto de niño 

como los ojos vidriosos de un toro entristecido,

como solo en la tierra tenía yo los ojos

en esa foto en la que mi madre clavó dos alfileres 

con la finísima delicadeza de una campesina;

que queriendo huir se quedó allí cuidando mi alma tanto tiempo

que envejeció sin cambiar sus prendas interiores,

como un animal atado a un árbol  envejeció mi madre,

yo la miraba con los ojos vidriosos de haber llorado mucho,

sola como una baliza olvidada en medio de las aguas.

 

Yo le tejí un vestido oscuro para su viudez

y lloré con ella sin saber a quién 

por los muerto de la casa, 

en la casa donde no había muerto gente alguna,

yo  le leí Job Treinta y ella tornó su cara hacia la luz y se fue yendo

como una niña de regreso a casa 

con los ojos vidriosos de haber llorado mucho.

             

Yo he llorado a mi madre 

y ciertamente he llorado al que tuvo un día duro por igual, 

una vida dura, 

le he llorado públicamente como un hombre,

como un hijo enfermo,

mas ella andaba como buscando alguien o algo

olvidado en la vasta región de su memoria,

no me miro, no me maldijo  o dijo nada

y entro riendo para siempre en los cuartos interiores de la muerte.

 

 

              

   Cazadores de la sombra del ave 

 

Estando echado como un perro en la frialdad de adentro 
siento los garfios de la inmundicia clavarse hondo, 

distingo su sonido como un pájaro que atraviesa la noche. 
Yo fui alguna vez un perfecto animal, 
recuerdo haber estado entre los mansos cuervos
yo era un cuervo, si un cuervo azul o negro, 
un cuervo de raro plumaje que fue cazado por hombres, 
yo fui un cazador de cuervos 

y el perro del cazador, 
yo fui Yo algunas vez antes de que este dolor fuera, 
yo amamanté a mi madre 

con la leche de las cabras que pastoreaban 
en los cerros de mi imaginación, 
cuando nació enferma, 
cuando nació perdida en una enfermedad llamada época, 
mi madre aún está perdida en su enfermedad, 
mi madre aún habita en el espasmo 
y yo la amamanto y la saco al sol como a una manta húmeda. 

 

Estando echado como un perro en la frialdad de adentro, 
mi madre se sienta en medio de la noche 
a espantarme los fantasmas de la niebla, 
y envuelto en un blanco mantel o en mi fiebre congénita 
o envuelto en mi muerte, viajo hacia adentro, 
evadiendo envolturas de linos, peces muertos, evadiendo la luz. 


Todo lo que cuento aquí es cierto 
ocurrió aún antes de tener memoria o madre 
aún antes de que los ríos abortaran peces ácidos, 
después mi nacimiento en un planeta rojo,
que supe con el tiempo era una isla, 
donde me dio a luz mi apagada madre,

donde mi madre coció el ácido pez de la discordia 
con fuego imaginario, 
porque de hecho faltaron candelabros, peces, 
llamas que encendieran la vida o lo incendiaran todo. 
Esto ocurrió sin fecha exacta 
porque antes contábamos los años por los árboles 
y han talado los árboles 
esto ocurrió hace tiempo y justo ahora retorna a mi memoria. 

 

Retomo estas memorias como ciertas 
las acomodo en mí para que duelan menos 
las escribo para olvidarlas, 
si olvidarlas fuera como empezarlo todo, 
pero tengo el garfio de la inmundicia clavado en mi carne 
y mi madre llora, ora por mi fiebre, 
me acomoda la cabeza sobre una filosa piedra y lo agradezco 
porque así dormido voy quedando en la muerte, 
en la sombra del ave que va y vuelve 
y penetra en mi para quedarse. 





 

Casa de Occidente 

 

Frente a mí casa de occidente 
donde nada es real 
ni la paz ni la luz que cuento, 
se detienen los trenes en la noche, 
atormentados hombres viajan en busca de una flor 
o en busca de algo sencillamente vivo. 


Frente a mi casa de occidente 
danzan los suicidas al compás de diabólica música, 
chillan de gozo bajo las máquinas que van ciegas hacia la bruma, 
la música ahuyenta los insectos, los pájaros del parque, 
los ancianos trémulos se aferran a sus estampillas, 
los cementerios, los puentes o cualquier lugar 
por donde pueda entrar la buenaventura 
o la muerte disfrazada de benévolo ángel del suicidio. 


Nada retorna a su origen, ni tu país ni el sueño, 
ni esta ciudad será mañana ciertamente noticia 
aunque me tienda en los rieles a esperar paciente 
la acerada máquina del sueño. 
Finísima red es la que atrapa la niebla del sueño 
y los cuerpos que van sin aparente rumbo, 
que emiten sexuales S.O.S, 
que adjuntan fotos a los postes del alumbrado 
o se encadenan a los autos policiales, 
caras jóvenes colgando de la cuerda de humo de la marihuana. 

 

Desde mi soledad, yo péndulo estático, 
los miro con cierto asombro, 
los escucho sin entender palabra alguna, 
veo la falsedad del ovejero acomodado en su flauta 
siempre confiado en el retorno de la magistral oveja guía,
veo venir un tiempo en que intentando buscar la libertad 
avanzarán a través de la noche 
despertando en cárceles repletas 
de locos buscadores del eléctrico alba, 
que después del alba buscarán la noche con premura 
para esconderse en el llanto de sus aposentos 
clamando por una intoxicación definitiva, 
los veo achicarse por los alargados manicomios del alma 
vomitar sobre las tumbas, 
tambalearse sin encontrar una puerta que se abra 
un agujero que los entierre 
y así de muertos volver al consecutivo círculo 
de la vida y la muerte 
y de la nada que es contar los pasos que faltan 
para que se los trague la deseada boca del abismo. 


Puesto estaba yo antes de nacer como un péndulo 
en el equilibrio ciego del tiempo, 
como Dios indeciso 
o como un hombre que no ha nacido nunca 
pero puesto a mirar su nacimiento 
desde el enfermo vientre de América, 
y estaba América bajo la cegadora luz de la pobreza 
que iba alumbrándole los minuciosos huesos, 
y vi en las puertas de las cárceles 
a carceleros perseguidos de la noche a la noche 
por incesantes gemidos de mujer, 
que para silenciar sus alucinaciones 

se disparaban en el cráneo 
y seguían gritándoles de lejos o riendo 
hasta apagárseles la tormentosa maquinaria del pensamiento. 
Que amontonaron innumerable basura humana 
para la hoguera celestial del ascenso de sus almas 

o se lanzaron de los altísimos puentes de la imaginación 
hacia el vacío real del tiempo, 
que creyeron haber muerto 
y ningún ángel o demonio se prestó a conducirlos 
por el presunto camino que hay de América al cielo. 





 
 

 

Un tembloroso ángel anda en mí 

 

 

Un tembloroso ángel anda en mi 
apuntalando esta perpetua imagen de la miseria, 
esta es la transmigración sucesiva 
de su imagen en mi imagen, 
y me dice: "Ve y mira sobre el muro de la ciudad, 
escribe y sella cuanto has visto, 
porque cuanto has visto será para mañana tarde 
nombrarlo como quien nombra 
lo que hasta ayer fue carne de su carne", 
Sobre el muro de la ciudad miré y nada había 
y a la ciudad volví buscando fortuna y aposento 
y se volvió en mi contra la ciudad y en contra de ella misma, 
fui muerto allí, no recuerdo en qué año, 
por confusión o mandato de Dios, 
y al volver la vista nada había 
ni ciudad ni muro ni había muerto 
y el ángel volvió a decirme: 
"Inclínate sobre el fuego y mira, 
escribe y sella cuanto has visto 
porque cuanto has visto será para mañana tarde 
nombrarlo como quien nombra 
lo que hasta ayer fue carne de Tu carne". 
Y al fuego presuroso fui buscando mi visión, 
no vi más que un fuego inmaterial 
en el que incrédulo dancé como acerado péndulo, 
y en la mañana siguiente 
extraños hombres recogían mis cenizas, 
mas no me detuve a meditar lo visto, 
mi cabeza andaba sobre mis pies 
y mis pies iban 
ligeros como quien anda sobre salvaje bestia. 

 

Nada fue como la contemplación de un día tras otro 
porque escuálidos vi cargando 
los grises ataúdes de otros hombres 

por pestilentes calles vacías 

sin máquinas de música en los portales 
sin pan ni laberinto de feria, 
sólo una mortaja gris tras otra 
y nadie respondía a la pregunta 
de por qué se está muriendo la ciudad. 

 

Míseros parques de las ambulación 
donde vacíos cuerpos van hacia la imaginaria noche, 
que bajo el asmático gélido de un saxo 
atraviesan en su visión mental 
los muros de los reclusorios,
que sin estar recluidos planean fugas 
o se cortan los brazos en protesta o se suicidan, 
que comercian con sus almas 
y en las noches van rastreando un aposento, 
que padecen de insomnio 
porque hay inminentes noticias de derrumbe 
y la ciudad es piedra sobre piedra. 


Oh, enormes avenidas del país santo.....* 
he vuelto a la meditación en tus columnas, 
hundido en tu pobreza voy reconociéndote, 
en tu silencio hay pájaros picoteándose el alma 
y dudosos pájaros tranquilos que me miran. 
Oh, enormes avenidas del país 
abiertas para esos fantasmas de la noche 
que escriben libertad en las paredes 
que en las paredes viven 
y regresan callados a sus tumbas 
a esperar sucesivamente a que anochezca. 
Yo te he visto, libertad fantasma mía  

como un quieto cordero 
esperando la mano que te glorifique. 
Oh, santa libertad, hoy te he buscado 
por las enormes avenidas del país y ya no estabas 
y busqué la fe que sostenía la ciudad y estaba muerta 
y muertos los predicadores de lo eterno 
y los predicadores de la muerte misma.

Vi manchadas las puertas de los abismos 

y las puertas de las avenidas con señales de sangre, 
la sangre es la revelación exacta de la muerte 
y he vuelto a la meditación sobre la muerte 
contemplando las ruinas de la ciudad 
que era puerta de los pueblos. 


Oh, extraña sensatez de la locura 
que me permites contemplar sobre estos muros 
el tembloroso ángel que anda en mí 
apuntalando esta perpetua imagen de la miseria. 
Oh, miseria te veo venir y entrar en la ciudad 
con la apariencia de una hermosa mujer, 
pero yo soy un viejo animal y te conozco. 

 

* Arthur R  





 

 
 
 
 


               

 

 

 Yo que llegué a ver temporada de mi muerte

 

 

Hay una temporada 

en que el hombre enmudece y muere 

y se cava en el pecho para enterrar la lucidez  un hueco,

hay un tiempo en que los amados tuyos

te abandonan en los manicomios 

y tienden a desconocerte 

y  un tiempo en que se vuelven a la codicia,

los hombres pobres codician cosas simple,

la lucidez de otros o cosas simples,

pero hay un tiempo en que se muere

y la lucidez cesa

y los amados queman tus fotos con bochorno 

y te entierran en el patio de sus casas por bochorno.

 

En una temporada así viniste Tú 

y no te percibió mi ojo enfermo,

yo era un extraño en hombros de un extraño 

que conducía  mi cuerpo a parte alguna y no te vi

yo no te vi porque los hombre 

en estas temporadas mueren

o fingen estar sordos o se van por los puentes 

lamentando en un verso la oscuridad ajena.

 

Mi madre me enviaba cartas 

y panecillos de su indigencia 

(desde otro tiempo supongo)

porque me hablaba de la muerte de alguien 

que yo sabía muerto hacía tiempo,  

mi madre residía en el Estado

y el Estado era anciano

y los ancianos prefieren cosas simples para moldear la mente.

 

Nunca escapó por el corredizo

que unía mi casa con su casa, 

literalmente no había unión alguna

porque los ancianos prefieren cosas simples como la soledad,

yo le hacía señas, me aprestaba a correr con sus huesos,

más ella nunca abrió, o huyó de SI.

 

La casa  de los  amados míos  esta en un hueco

que cavaron los antepasados de mis antepasados

para esconder su lucidez, 

que murieron y fueron enterrados

por desconocidos hombres o por amados suyos 

en el corredizo que unía mi casa con sus casas.

Los amados míos que me hacían muerto

cortaron los árboles que había plantado yo hacía tiempo

para marcar los límites que me pertenecía de la lucidez;

más estaba severamente enfermo

en la temporada en que vino mi madre 

por el corredizo que unía nuestras casas

y yo no abrí, no estaba yo dentro de la habitaciones

que había enlucido para el recibimiento de los míos,

había desorden y extraños versos que no habría escrito yo

en los tiempos de la lucidez, 

no estoy seguro sí fue realmente así

porque me he visto recostado a mi madre en una foto

de aquella temporada en que Dios me vio flaco y postergo mi muerte.

 

 

 
(c) ADALBERTO GUERRA
 
 
 
 
 
 

 


Adalberto Guerra (Ad  Guerra),- Matanzas Cuba 1967   residiendo en la actualidad en los Estados Unidos. 
He publicado en diversas antologías poéticas y publicaciones sueltas en los Estados Unidos, México, Argentina 
y su país de origen; Cuba. Los textos aquí reunidos pertenecen a "Cazadores de la sombra del ave"